28 diciembre, 2015

Un pozo



Anoche soñé que había vuelto al pozo. 
Al pozo del paisaje de mi infancia, rodeado de eucaliptos y en primavera de margaritas amarillas, muy pequeñas. En aquel pozo, me contó mi padre una vez, se había suicidado la hermana de su primera mujer. Se tiró a él una noche, mientras todos dormían y la hacían en su habitación. Nunca supieron porqué.

Cuando murió Felix Romeo, yo estaba en Archidona, en el Festival de Cine. Coincidí allí, de jurado, con Javier Espada, director del Centro Buñuel de Calanda. Me contó que iban a encontrarse en Madrid para dar un premio, o algo así ya no lo recuerdo, y que les llegó la noticia de su muerte repentina mientras le esperaban. De lo que sí me acuerdo es de que era viernes, 7 de octubre. 
Después de morir Félix leí "Amarillo", su tercera y última novela. Un canto fúnebre, un monólogo introspectivo en el que el escritor trataba de comprender el suicidio de su amigo, el también escritor Chusé Izuel. Me quedé colgada de aquel libro, como de las margaritas amarillas de mi infancia.

Hay días en los que es muy difícil hacer de las tripas corazón, así que puedo entender bien a Chusé y a Félix y a la hermana de la primera mujer de mi padre, que se llamaba Isabel -la mujer, digo- y de la que yo heredé el nombre con el beneplácito de mi madre que ni era celosa, ni tenía miedo a los muertos.

Siempre me han fascinado las personas que se han quitado la vida un día así, por las buenas. A algunas se las veía venir, decían sus amigos, pero otras sorprendían a propios y a extraños con ese ataque repentino sin vuelta atrás. 

Yo creo que hay que ser muy valiente para suicidarse. A. me ha dicho hoy que no, que hay que ser muy cobarde. 

Hoy he tomado café con A. y hemos hablado muy poco de política y mucho de nosotros y de literatura y de suicidios. 
Me ha contado secretos que yo desconocía de él y que no me han sorprendido, porque cada vez me sorprende menos que la gente no sea lo que aparenta, o lo que parece, o lo que da a entender a diario. 
Yo creía que A. era un hombre feliz, lleno de ingenuidad y muy optimista. Pero hoy he descubierto que también hay tormentas fuertes y tempestades dentro de él y que no es tan feliz como aparenta, y que no es tan optimista como parece. Y eso, inexplicablemente para muchos, me ha tranquilizado. 

Estas fechas son verdes y rojas. Alguien lo ha decidido así y las calles, los escaparates, los anuncios, son de esos dos colores. A mí me gusta más el blanco y el botón amarillo de las margaritas. Si yo pusiera un árbol de navidad, que nunca pongo, lo llenaría todo de margaritas blancas y amarillas, no de espumillón dorado, ni de bolas brillantes rojas y plateadas.

Ayer comí churros con mi hijo Manuel y Jara al anochecer en el parque de su infancia. Nos sentamos en un banco, al lado de la fuente, en la plaza en la que patinaban cuando eran pequeños y que ahora se ha convertido en un espacio de chorros de agua, para que la gente se refresque en verano. No había casi nadie en el parque a esas horas y sentí que era uno de esos pequeños momentos en los que, no sabes por qué, te sientes muy feliz. No pasa nada importante pero todo lo que pasa te importa.

Anoche soñé que volvía al pozo, al pozo de mi infancia, y cuando desperté lloré, porque el pozo ya no existe, ni mi infancia, ni las margaritas amarillas pequeñitas. 
Ahora todo es verde y rojo y hay día en los que es muy difícil hacer de tripas corazón.

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